viernes, 25 de octubre de 2013
Un día te das cuenta, el tiempo ha pasado y sigues en el mismo lugar de
siempre. Y todo lo que eso conlleva. Sigues teniéndole miedo a las
despedidas y sigues sin saber si existen finales felices. Sigues
esperando y desesperándote, y aprendiendo a rimar insomnio con nicotina.
Las noches se convierten en jaulas y los días te matan sin pedir
permiso. Un día te das cuenta de que estás tan vacío por dentro que,
sólo de pensarlo, te entra vértigo, y es que no has conseguido nada ni a
nadie que consiga hacerte sonreír como si el mundo no doliese.
Escribes. Cierras los ojos. Fumas. Duermes pocas horas. Detienes
alarmas. Y te preguntas por qué y hasta cuándo. Por qué y hasta cuándo
de todo: de tu vida. O de la muerte. Pero empiezas a pensar que quizá
sean lo mismo. La gente te mira, sonríes, y qué sabrán ellos de lo de
adentro. Qué sabrán de tus ganas de vomitar todas esas esperanzas que
han caducado y que ahora sólo te dan dolor de cabeza. Y cómo sabrán que
ese brillo de tu mirada no son ilusiones, sino lágrimas que nunca
aprendiste a derramar. Gritos envasados al vacío. A tu vacío. Y te pones
una canción triste y subes el volumen. Quizá, piensas, mañana todo irá
mejor. Pero no. Mañana seguiremos aquí, en el mismo lugar de siempre, y
seremos las mismas coordenadas de un mapa en el que no sabemos
encontrarnos. Y así es un poquito la vida, como un concurso de a ver
quién muere mejor. O más rápido. O algo parecido. No lo sé, tengo esa
sensación, de que nos estamos acostumbrando demasiado a ser precipicios.
A precipitarnos. A sonreír cuando nos disparan y a decir que no nos ha
dolido. A maquillarnos, a disfrazarnos y a quedarnos muy quietos cuando
queremos escapar. A que se nos queden los "te quiero" en la punta de la
lengua y terminen, un día, o una noche, desangrándonos por dentro. Y así
no vamos a ninguna parte. Que yo sólo quería deciros que lo más cerca
que he estado de vivir fue aquella vez en la que, dándole las primeras
caladas a mi primer cigarro, me atraganté con el humo. Y es triste que
pueda llamarle vida a eso y no a todo lo demás. Y ya está. Ojalá venga
alguien y nos lleve a ver mundo, o a ver camas, o a ver qué hacemos con
toda esa felicidad que nos debe la esperanza. Cerrad los ojos, chicos.
Yo no creo en los deseos, pero a veces sería bonito hacerlo.
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