Y de repente, cuando yo me autoconvencía que no necesitaba a nadie para
ser feliz, que yo sola podía conseguirlo, llego él. Ese chico que me
rompió los esquemas con unas comprobaciones y a partir de ahí, no podía
dejar de pensar en cómo sería besar su boca, en cómo sería ir cogidos de
la mano por mitad de la calle sin importarnos lo que podía decir la
gente.
Ese chico que puso mi vida patas arriba, que me desordenó la
vida pero a la vez, le puso orden, porque por primera vez sentí que mi
vida estaba encarrilada.
Y poco a poco me he dado cuenta de que él
es el único capaz de enamorar a alguien un lunes por la mañana, que
necesito sentirle cerca, olerle, tocar las yemas de sus dedos y buscarme
dentro de sus pupilas, que el mero roce de sus dedos en mi piel hace
que esa parte de mi cuerpo se estremezca y con una simple mirada hace
que me de un vuelco el corazón y después de ver tantas sonrisas por el
mundo sigo pensando que la suya es mi favorita.
Nunca he sido tan feliz. No sabía que existía una felicidad así. Y gracias a él, ahora sí lo sé.
Él hace que me sienta viva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario