Nuestra generación, esa generación que
denominan como la más formada, la que debería levantar el mundo y crear
nuevos pilares, es una generación de idiotas. ¿Acaso no lo veis? Nos
hemos convertido en unos auténticos gilipollas que no viven, si no
twitean. No respiran, publican fotos. No preguntan cómo estás, sino que
mandan un WhatsApp.
Somos la generación que vive a través
de la tecnología. Nuestras relaciones se basan en últimas conexiones.
Vivimos tan pegados a los teléfonos que ya ni recordamos cuándo fue la
última vez que vimos el sol. ¡El Sol señores! Esa bola incandescente que
nos permite despertarnos un día más. ¿En qué nos estamos convirtiendo?
Nuestras sonrisas son emoticonos, y nuestros estados de ánimo, estados
de WhatsApp y Facebook. Declaramos guerras indirectas por Twitter y toda
nuestra atención se agota contando los minutos que tarda en sonar
nuestro teléfono.
¿Qué clase de amor estamos motivando?
Pura y llanamente un amor virtual que se demuestra mandando un mensaje
de buenos días y enviando una foto para demostrar que piensa en ti. Un
amor que no se puede oler ni respirar. Es un amor que se mide en bits y
en descargas. En un simple movimiento de dedos. Un amor que lee las
conversaciones que ha tenido con los demás para encontrar algún motivo
por el que desconfiar. Un amor en línea. Un amor en letras. Un amor que
no comprende como no puedes vivir pegado al móvil. Un amor que sonríe
por fotos enviadas.
¿Dónde han quedados las tardes de
pipas en cualquier banco? ¿Las esperas interminables con una flor? ¿Y
los besos de verdad, esos que te sorprenden porque vienen por detrás,
traviesos, y te hacen volar? ¿ Y los piropos? ¿Dónde han quedado las
tardes de película en su casa, abrazados, separados únicamente por el
sabor a besos? Las escapadas de fin de semana, las cartas de amor, los
abrazos robados. Un sin fin de gestos que sí son reales. ¿Dónde están?
Ya lo decía Einstein: ”El día en el que la tecnología sobrepase la humanidad, tendremos una generación de idiotas”.
Y ha dado en el blanco. Así que, bienvenidos a nuestra generación de
idiotas. Y no se preocupen, seguiremos idiotizados hasta llegar a ese
punto en el que ya ni podremos replantearnos qué estamos haciendo mal.
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